Semana 14: Juditha triumphans – Vivaldi

La obra que me ocupó la semana pasada, Juditha triumphans, es al mismo tiempo una vieja conocida y un descubrimiento. Debo confesar que antes de ponerme a escucharla, ya había oído toda la maravillosa música de esta obra. Mientras escribía textos para FEBiotec, mientras trabajaba, al pasar la aspiradora… Los ritmos, siempre energéticos, la variedad de la melodía, ese vigor barroco, eran perfectos para las tareas de casa. Yo fregaba los platos mientras los cantantes intentan el más difícil todavía, introducir cada vez más variaciones en las repeticiones de las arias, un nuevo instrumento en los obligados. Y era feliz.

Ahora me diréis que lo de esta semana entonces no se vale. Que no estoy descubriendo una nueva obra y soy un tramposo, un impresentable, el Jordi Pujol de los blogs de ópera. Pero lo diréis sin razón, porque como dice en las reglas, que por otro lado, también he redactado yo,  son nuevas todas las obras que no haya escuchado con el texto delante (libreto o subtítulos), enterándome de todo lo que ocurre. La ópera es teatro cantado, y como tal, debe entenderse. Y por eso, Juditha triumphans es mi ópera número decimocuarta en mi reto Las 52 Óperas del Año.

Sigue leyendo

Semana 12: Adriana Lecouvreur – Cilea

La ópera de esta semana es una de las que deseaba conocer con mayor ansia.

Tuve mi primer contacto con Adriana como muchos, a través de un recital de arias. Era una época en que les tenía manía a esos recitales. Me parecían ópera para vagos, sin drama ni fundamento: como varitas de merluza para un amante del pescado. Pero en mi amada caja Callas venían varios recitales suyos y por Maria, decidí hacer una excepción.

Ecco, respiro appena

Sonaba un aria que no conocía, la voz de Callas a cappella, y entonces entra la orquesta. Melodía contenida, tímida y envolvente, que te va poco a poco rodeando y conquistando con recato. Hablaba de una humilde esclava. No sabía qué quería decir aquello, no entendía el contexto, pero quedé hechizado. Llegó ese final en pianíssimo, con la repetición en la orquesta del tema principal y yo ya sabía «Esa ópera quiero conocerla».

Cinco segundos comenzaba Poveri fiori: el aria en voz de lágrima. Aun hoy, soy incapaz de escuchar el comienzo sin que la mirada se me quede fija en el infinito y el corazón encogido por el sufrimiento desconocido de la soprano.

¿Que por qué no la había escuchado hasta ahora? Porque soy un procrastinador nato. Era una de esas obras que me rondaba por la mente desde hacía meses. De esas que te atrae y deseas conocer y que, por la razón que sea, no te decides a hincarle el diente. No es el momento. Ya tendré una excusa mejor.

Sigue leyendo

Semana 6: La rondine – Puccini

Vuelvo a los orígenes. Hoy nos dejamos de barrocos, de franceses o de wagneriadas. Toca Puccini. Puccini, ese compositor que tan feliz me ha hecho. Ese compositor cuyas historias de mujeres en peligro tantas veces me han hecho llorar, viendo cómo a la pobre Suor Angelica se le aparece su hijo como signo de su salvación o mientras un bandido y su improbable salvadora dicen adiós a las colinas de California. Puccini ha sido durante mucho tiempo mi compositor favorito, el que escuchaba de manera obsesiva durante horas: cuando no era Tosca, era Turandot, cuando no, La fanciulla del West (esa joya a la vez que spaghetti-western).

Y de su no tan extensa obra, quitando sus dos primeras óperas de juventud, solo me faltaba por conocer La rondine. Con lo obsesivo-perfeccionista que soy yo en esto de ampliar repertorio, ¿por qué estamos ahora a estas alturas? La razón es prosaica. No estaba incluida en la caja Tebaldi-Puccini que me regalaron una vez por mi cumpleaños. Y una vez que se pasó mi fiebre  pucciniana, no encontré un momento propicio para conocer la hermanastra de sus óperas, la siempre desgraciada golondrina. ¿Mi conclusión? Es la ópera más bonita que jamás he oído. Pero la peor de las grandes óperas puccinianas.

¿Cómo puede ser eso? Es realmente sencillo.

Sigue leyendo

Semana 2: Rappresentatione di Anima et di Corpo – Cavalieri

La primera ópera que ha llegado a nosotros (¿o quizá el primer oratorio?), que tuve la oportunidad de ver en la Staatsoper de Berlín,  es un conjunto de escenas abstractas que se puede resumir en «Infierno malo, cielo bueno; placer malo, rezar bueno». El libreto, como se puede adivinar, carece del más mínimo interés, no por el tema (que también), sino por la absoluta ausencia de conflicto dramático. La comparación con Il trionfo del tempo e del disiniganno de Handel, que trata la misma temática, es reveladora. Si pretendía resucitar el teatro griego, apañado iba.

En cuanto a la música, muy agradable y vivaz, especialmente bellos los números de conjunto (¡cómo se nota que venimos del madrigal!) y los juegos de ecos de los cantantes. Sin embargo, la música me dio la impresión de estar compuesta de una manera mecánica, poco imaginativa y sin apenas melodías dignas de ser recordadas. Si algo pone de manifiesto esta ópera es la absoluta grandeza de Monteverdi, con un Orfeo que tan solo 8 años después es una explosión de melodías y fantasía en los coros o la potencia dramática de Poppea y Ulisse, a los que la Rappresentatione no se les puede ni comparar.

En resumen, que me estoy enrollando demasiado, un interesante ejercicio de arqueología musical, una tarde agradable donde el principal valor de la obra es su carácter de pionera. Gracias a intentos como esto, podemos disfrutar con tres siglos de ópera. Siempre merece la pena conocer las raíces del arte.

Mi puntuación: 5 + 1 (por factor pionero) = 6