La obra que me ocupó la semana pasada, Juditha triumphans, es al mismo tiempo una vieja conocida y un descubrimiento. Debo confesar que antes de ponerme a escucharla, ya había oído toda la maravillosa música de esta obra. Mientras escribía textos para FEBiotec, mientras trabajaba, al pasar la aspiradora… Los ritmos, siempre energéticos, la variedad de la melodía, ese vigor barroco, eran perfectos para las tareas de casa. Yo fregaba los platos mientras los cantantes intentan el más difícil todavía, introducir cada vez más variaciones en las repeticiones de las arias, un nuevo instrumento en los obligados. Y era feliz.
Ahora me diréis que lo de esta semana entonces no se vale. Que no estoy descubriendo una nueva obra y soy un tramposo, un impresentable, el Jordi Pujol de los blogs de ópera. Pero lo diréis sin razón, porque como dice en las reglas, que por otro lado, también he redactado yo, son nuevas todas las obras que no haya escuchado con el texto delante (libreto o subtítulos), enterándome de todo lo que ocurre. La ópera es teatro cantado, y como tal, debe entenderse. Y por eso, Juditha triumphans es mi ópera número decimocuarta en mi reto Las 52 Óperas del Año.