Semana 14: Juditha triumphans – Vivaldi

La obra que me ocupó la semana pasada, Juditha triumphans, es al mismo tiempo una vieja conocida y un descubrimiento. Debo confesar que antes de ponerme a escucharla, ya había oído toda la maravillosa música de esta obra. Mientras escribía textos para FEBiotec, mientras trabajaba, al pasar la aspiradora… Los ritmos, siempre energéticos, la variedad de la melodía, ese vigor barroco, eran perfectos para las tareas de casa. Yo fregaba los platos mientras los cantantes intentan el más difícil todavía, introducir cada vez más variaciones en las repeticiones de las arias, un nuevo instrumento en los obligados. Y era feliz.

Ahora me diréis que lo de esta semana entonces no se vale. Que no estoy descubriendo una nueva obra y soy un tramposo, un impresentable, el Jordi Pujol de los blogs de ópera. Pero lo diréis sin razón, porque como dice en las reglas, que por otro lado, también he redactado yo,  son nuevas todas las obras que no haya escuchado con el texto delante (libreto o subtítulos), enterándome de todo lo que ocurre. La ópera es teatro cantado, y como tal, debe entenderse. Y por eso, Juditha triumphans es mi ópera número decimocuarta en mi reto Las 52 Óperas del Año.

 

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Por si no había quedado claro

Conocí, como muchos, este oratorio de Vivaldi gracias a la gran Cecilia Bartoli, en su aria cabreada, la fabulosa Armatae face et anguibus. Sin conocer el texto, solo con el impulso viril de la música, las cuerdas desbocadas y las muecas histéricas de la Bartoli, sentí que se apropiaba de mí el escalofrío de una barbarie imprecisa, odio y huida, sangre y lágrimas. Un aria perfecta, la mejor embajadora posible para una obra no tan conocida. Esta obra tengo que conocerla.

Juditha triumphans devicta Holofernis barbarie, Judit triunfante sobre la barbarie de Holofernes, Juditha triumphans para los amigos, es otra de esas obras cuyo título te revela el final. Y es que, obviamente no vas a la ópera (o en este caso, a la sala de conciertos/iglesia/patiodemicasaqueesmuymuyparticular) preguntándote «¿Quién ganará al final? ¿Judit la triunfante o Holofernes el bárbaro?«.

La historia es una de mis favoritas de la Biblia católica (en la protestante y hebrea no está). Los judíos se ven, una vez más (y ya van…), amenazados por un pueblo invasor, asirios, persas, babilonios, o algo de eso. Les comanda el terrible Holofernes, que tiene rodeada la ciudad de Betulia. No hay esperanza para el pueblo elegido, pero su esperanza está en lo más pequeño. Judit, una bella viuda, se viste de luna y de sol, de perla y de mar, para entregarse alas fauces el enemigo. Su fe seduce al bárbaro Holofernes, que la toma en su compañía. Pronto, borracho y cachondo, a solas los dos en la tienda, Holofernes se queda dormido, instante que Judit aprovecha para tomar su espada y descabezar al enemigo con sus manos de mujer demasiado pronto viuda. Al día siguiente amanece Betulia, con la cabeza de Holofernes colgada de la muralla. El enemigo huye despavorido: el Dios de los débiles ha triunfado sobre los infieles.

La bella, la vieja y el malo

La bella, la vieja y el malo

Vivaldi toma esta fascinante historia y convierte a los personajes milenarios en referentes cercanos a su vida. Donde dice Betulia, hay que leer Venecia y donde dice bárbaro, es la amenaza otomana. Pero mucho más importante: dota a cada personaje, pérfido o bueno, importante o secundario, de una música que habla desde el alma, que representa cada emoción humana. Es nostalgia, es contemplación, es violencia, es ternura, es tristeza hecha notas de tinta sobre un pentagrama.

Es la tranquila lealtad.

La juventud y el éxito.

O la desazón de una mujer sola…

No importa quién tiene esas emociones, si es Judit, Holofernes, el sirviente Bagoas o la aya Afra. Lo importante es que son emociones auténticas

Cada aria es un ejercicio circense, en busca de una melodía más atrevida, de una emoción inesperada, de un nuevo instrumento acompañante. Aún dentro de las rígidas convenciones de la ópera, cada personaje tiene un carácter propio. De esta forma suple Vivaldi la extraña impresión que causa la ausencia de personajes para voz masculina (el oratorio fue compuesto para un orfanato de mujeres). La contralto Judit, fruto ni duro ni blando, solo medio resquebrajada por la viudedad, es la voz que contrasta con la juvenil belleza femenina del bárbaro Holofernes. Judit es la absoluta falta de sensualidad, la antiPopea, la antiSalomé. En Juditha triumphans, solo Holofernes es de carne. El resto son de espíritu y palabra. Y eso acaba aburriendo.

Debo decir, me encantan todas y cada una de las arias de este oratorio. Me encantaban antes de escucharlas con atención y me siguen gustando. Pero escuchar todas el oratorio de principio a fin ha enfriado mi entusiasmo por la obra entera. Es el acostumbrarse a escuchar un tesoro tras otro: la impresión al final es de flacidez, rutina de lujo, desear que el sacerdote Ozías acabe su perorata sobre Venecia.

Al final, lo de siempre con el barroco. Yo venía con ganas de regalarle un 10, pero me he quedado a las puertas. Es como ir a un banquete de una boda selecta. Una boda, vamos a decir, la de la hija de Aznar, en que los novios son 100.000.000.000.000 veces más ricos que tú. Es una boda en que los primeros platos te deslumbran, las carnes te gustan mucho y cuando han llegado los postres, ya te has acostumbrado.

¿O quizá es que simpatizo más con el decapitado Holofernes?

Mi veredicto

Juditha triumphans devicta Holofernis barbarie, escuchada por primera vez en los días 2 y 3 de agosto, con esta grabación.

Te gustará si… quieres dejarte sorprender por una sucesión de joyas engarzadas por oratorios barrocos.

No te gustará si… padeces tenoritis aguda: aquí solo hay sopranos, mezzo-sopranos y contraltos.

Mi puntuación: 8

Finalmente, os dejo con dos versiones muy distintas, pero maravillosas del aria más conocida, la terrorífica Armatae face et anguibus

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